miércoles, 20 de febrero de 2013

Martabat. Capítulo I.

Hola lectores.

Esto es una historia nueva, espero que les guste, alguna duda o problema (o de por sí, cualquier opinión sobre esto) pueden comentar allí abajo.

---
Capítulo 1.
El desconocido de Atróveran.
I


El puerto solitario en la madrugada obtiene un visitante extraño. Las gaviotas son pocas, y el viento sopla fuerte, y con ello, las olas enormes que caen sobre la madera casi podrida. ¿Un gran marinero?

Es un barco pequeño, maltratado hasta decir no más, con los remos tan podridos como él mismo.
Se escucha como la canoa choca contra el pavimento y la madera. Saliendo de aquel infierno llamado mar.
En el fondo, en un callejón oscuro se encontraba un soldado; que al verle salió de su puesto, de la oscuridad.
Acercándose con lentitud al hombre desconocido, que vestía de ropas desteñidas, y mojadas, junto a un sombrero en peor estado que sus ropas.
Y gritándole el soldado.

Soldado-. ¡Eh, usted el desconocido, venga, que debemos hablar; Usted no puede entrar en esta ciudad, que aunque esté llena de borrachos y de vagabundos como usted, aún sigue siendo hermosa y justa! Esto es Martabat. Venga acá, identifíquese.

El hombre desconocido escucha los molestos gritos del soldado, y se acerca a él, sin ninguna alternativa.

-Yo soy Haid de Atróveran, una ciudad utópica para ustedes, la escoria imperial que aún mantiene reprimidos a los nobles como esclavos ¡Y no es que yo sea uno! Ni esclavo, ni noble. Solo escapé de aquel infierno, pero veo que me he encontrado con otro. Ahora identifíquese usted.

El soldado, indignado por el insulto a sus principios toma su mosquete y lo pone al frente de él, para imponer poder y respeto.

Soldado- Mí nombre es Andrés y no te importa de qué lugar procedo, seré misericordioso, ya que es la primera vez que estás aquí. Aquí se respeta a la autoridad, y si en Atróveran no lo hacen, se debe aprender que aquí sí. Ahora vete, antes de que me arrepienta.

Haid, temeroso de aquella amenaza, se fue sin parlar, asustado.

Las nubes chocaron y un enorme relámpago cayó sobre el pavimento junto a la lluvia, Haid se fue del lugar mientras quedó el soldado.


En una de las casas en ese mismo puerto, se encontraba un hombre, que era el general del lugar, administrador y general, el líder de la zona, quién ordenaba lo que debía suceder en el puerto. Salió buscando a Andrés, pues previamente le había espiado su conversación con Haid.

Andrés-. ¡Señor Proust!- Exclamó hacia el hombre un poco gordo y sudoroso, a pesar de la condición climática.

Andrés se inclina para una reverencia. Proust no le presta atención y se detiene, espera a que Andrés se levante para dirigirle la palabra.
Este mismo, molesto le refuta.
Proust-. Por mis medallas y mi honor. Pensé que servirías de algo ¡Dejaste escapar a un posible criminal! ¿Te sientes feliz por ello?

El superior le golpea, dejándole humillado en el suelo, escupiéndole y separándose de la zona, volviendo a la casa en la cual estaba hace unos minutos.

Al reunirse en la sala de la comisaría local, dónde se encontraban los superiores de esa ciudad, que cada uno controló una zona en específico. Hablaban y hablaban de los crímenes y sobre las cosas de las cual podrían preocuparse.

Proust-. Uno de mis inútiles soldados encontró a un posible ladrón. Dejándole escapar por buena gente. ¡Esas cosas no se hacen! ¡Imagínate si es un conspirador!- exclamó con miedo, mientras los demás generales lo observaban con aburrimiento, uno de ellos le preguntó su nombre y en el instante Proust se levantó con su cerveza en la mano gritando- ¡Haid de Atróveran!

Pero ese nombre fue desconocido para aquellos importantes señores, todos callaron dejando ignorado al general del puerto; y él, que se sentó con pena propia al darse cuenta que a nadie le importó sus palabras, cubiertas de miedo.

Ese nombre… no fue relevante para nadie, ni se preocuparon.

Y habló Nicolas Aboaasi, el mayor en el puesto.

Nicolas- Nadie como él podría revelarse ante nuestro sistema, irrompible, insaciable. Cualquiera que se atreva a destruirnos, será destruido antes de que su idea pueda entenderse, ya que gobernamos un pueblo ignorante, insensato. Incapaz de pensar por si mismo, los únicos que podrán colocarlos ante nosotros serán aquellos extranjeros de zonas libres, vagabundos errantes, incomprendidos sociales. Y aunque el fuera así, con una sola persona no cambias al mundo.

Todos, maravillados por las palabras de su mayor, se levantaron y aplaudieron.

Proust-. Qué bonito habla usted, mi señor.


II


En las calles oscuras y sombrías de Martabat, un hombre corría, sin detenerse en ningún momento, buscando un lugar para pasar la noche, su apariencia podrida le evitaba entrar en posadas o tabernas, nadie lo aceptaría.

Recordando los horrores que sucedieron en aquella isla tropical llamada Atróveran, de donde él vino. Recordando aquellos gritos y lamentos que todas las mañanas escuchaba, aquellos gritos que se volvieron de él, y que lo azotaban diariamente. En esta noche tan larga y basta, junto a la lluvia y rayos que caían del cielo; para él fueron ambas eternas, deseando que algo sucediera en ese día. Sus ropas no le abrigaban del frío ni de la lluvia, ropas sucias y desteñidas. A ese hombre le llamaron Haid, Haid de Atróveran. La ciudad imperial, colonizada por aquellos que siempre desearon el poder a toda costa, aun así se deba matar; Escapando por suerte, para dejar su esclavitud, partió en una aventura marina, hasta llegar a lo que hoy conocemos como Argos, donde delirios de libertad e igualdad pasan debajo de la tierra, entrando a las mentes ignoradas de la zona.

En los arboles pudo esconderse de la lluvia, y dormir, o descansar de lo que faltaba para el día.

Su sueño fue corto: la noche tan larga y el sueño tan vacío y pequeño. Despertando a buscar comida u hospedaje. Siendo de tanta suerte para que le regalaran un pedazo de pan y agua. Para que coma y recupere fuerzas, mientras los demás señores le miraban con miedo. Uno en especial se le acercó, y se sentó junto a él en el suelo sucio, cubierto de barro.

-Usted, ¿de dónde viene?

El marinero le responde.

Haid- De: Atróveran.

Sorprendido, por el nombre de aquella ciudad, donde todas las tragedias sucedían. Le pregunta, sin vergüenza.

-¿Te sientes libre ahora?

Haid- Siento que soy libre, pero sé que no lo soy.- Lamentando, con la cabeza agachada.

El hombre se levanta, limpiando su pantalón, que estaba sucio por el barro del suelo; sacó una pluma y en una servilleta escribió unas palabras, mientras miraba a Haid y se decía- Espero que sepas leer, señor Haid- y le entregaba aquel papel con direcciones y nombres.

La brisa de la mañana golpeaba fuertemente contra las ropas de las personas, formando ondas en esas mismas, se vio al hombre irse, desvaneciéndose en la niebla costera. Mientras que por otro lado de la calle, unos soldados entran y se llevan a Haid, con la excusa de ser un criminal y de no tener lugar donde vivir.

Pero el marinero les muestra su papel, en el cual está escrito lo que será su próximo lugar de hospedaje. Y arrastrado por ambas personas, llegó a la posada de la calle “Las Musas”, conocida por el dueño de la posada del mismo nombre. Llamado él: Ulises Aguilar, otro ser repugnante de la sociedad, odiado por los imperios y odiado, igualmente, por los pobres.

Únicamente, los incomprendidos de esa sociedad tan sumisa e ignorante, podrían gustarle su compañía. Las personas que han sufrido. Obligándoles a cambiar.

Al verles en la puerta, Ulises saludó.

Ulises-. ¡Oh! Ustedes, que traen a mi compañero del alma, mi amigo de Atróveran. Gracias por traedlo, lo esperaba ansiosamente.  ¡Por fin ustedes sirven para algo! Ahora, por favor: retírense de mi casa.

Los soldados se fueron, mientras eran aplaudidos (por sarcasmo propio de Las Musas) por las personas que vivían en esa calle.

Haid- Me han dicho que usted es un tirano, un traidor. ¿Con que merito dicen eso?

Ulises- Con muchos. – Tomó de la mano a su futuro compañero, y lo introdujo en la posada; donde las mujeres posaban semidesnudas en la barra y los hombres, los rufianes de la ciudad se alojaban con beneficios característicos de dichosa calle. Al subir las escaleras, se encontraba una mesa, donde 4 hombres esperaban el regreso del anfitrión, hombres cuyos deseos tal vez fueron distintos a los de Haid, o a los de Aguilar… Pero ya sea por lujuria o avaricia, siguieron el camino que les mostró su servidor.

Ulises- Esta es la Asamblea. Estamos reunidos aquí hablando sobre temas. El principal, la democracia.- dice, y en sus ojos había mucha esperanza.

Haid- ¿Ustedes creen en eso? ¡Pierden el tiempo!- golpeó la mesa.

Uno de los hombres, el más alto y vestido de ropas más finas que los demás, se levantó y se dirigió hacia Haid.

-No hablamos del presente, charlamos del futuro.-

Haid- Y usted, ¿quién es?

Se quitó el sombrero, y mostró su hermosa cabellera, mirándole con aquellos ojos azabache, ojos enormes que lo observaban todo.

-Soy William, el Conde de Martabat. Tranquilo, no se presente, ya todos sabemos su nombre y de donde proviene.

Un silencio incómodo se dio en aquella sala pequeña, mientras en la planta baja se escuchaban las risas y el golpe de las botellas al hacer brindis seguidos; el olor del vino y del aguardiente, mientras sucede eso, se levanta otro hombre que explica los deseos de aquel pequeño gremio.

-Lo que deseamos es la libertad, la paz y la igualdad. ¡Estamos dispuestos a dar nuestras vidas por ello! ¡Por un futuro utópico! Y aunque, seamos recordados u olvidados. Moriremos sabiendo que ayudamos a este lugar a ser de nuevo independiente. Somos las Tarántulas, vivimos escondidos, esperando a nuestro enemigo para que cuando le veamos… ¡Ja!

Desconocidos todos para Haid, desconfiaba de ellos, incluyendo más, a este que habló recientemente. Él se llamó Louis Vásquez. Un soñador e idealista de nacimiento.

III


Nicolas- Necesitamos infundir miedo ¡Miedo!, para que nadie se nos revele, y queden sumisos en sus casas, temiendo quedar como los hombres que serán ahorcados mañana, al amanecer.- Opinaba Nicolas, en aquella sala donde los generales se reunían, imponiendo nuevos trabajos para cada uno.

Proust- ¿Cuáles hombres?

Nicolas- No me importa cuántos o quienes, solo necesitamos mínimo dos, si es más de allí no me importa.

Uno de los hombres se levanta y opina.

-Pueden ser vagabundos o rateros, ¡Deberíamos ir ya! – Mira de reojo a la ventana- Mirad, que ya es de noche.

En las calles revoloteadas por la muchedumbre, los hombres sin casa y sin trabajo fueron atrapados por la tiranía de Nicolas, atormentados durante la noche, pues sabían que al ver el alba en el horizonte, morirían colgados.

Susurrando a uno de sus soldados.

Proust- Aquí están, 5 hombres desdichados listos para morir.

Las horas pasaron lentamente durante esa noche. Nadie salió y las calles estaban vacías.
En la madrugada cuando el sol se asoma por el horizonte, la sombra de aquellos hombres se mantuvo en el adoquín, no fueron culpables, no todos.

La multitud se presentó en la plaza observando como culpaban a los pobres hombres de cosas que jamás en su vida habían hecho. Y taparon sus caras con la tela oscura y mal oliente. La muerte estaba cerca, y el miedo estaba dentro de cada persona que los vio caer.
¡Bom!

La soga ha caído, los hombres están colgados. Y quedarán así, hasta que su cuerpo sea sepultado, como debió ser desde un principio. 

Adios… Inocentes.
 --

Unrecth


No hay comentarios:

Publicar un comentario

No te olvides comentar, tu opinión importa :)