Esto es una historia nueva, espero que les guste, alguna duda o problema (o de por sí, cualquier opinión sobre esto) pueden comentar allí abajo.
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Capítulo 1.
El desconocido de Atróveran.
I
El puerto solitario en la madrugada obtiene un visitante
extraño. Las gaviotas son pocas, y el viento sopla fuerte, y con ello, las olas
enormes que caen sobre la madera casi podrida. ¿Un gran marinero?
Es un barco pequeño, maltratado hasta decir no más, con
los remos tan podridos como él mismo.
Se escucha como la canoa choca contra el pavimento y la
madera. Saliendo de aquel infierno llamado mar.
En el fondo, en un callejón oscuro se encontraba un
soldado; que al verle salió de su puesto, de la oscuridad.
Acercándose con lentitud al hombre desconocido, que
vestía de ropas desteñidas, y mojadas, junto a un sombrero en peor estado que
sus ropas.
Y gritándole el soldado.
Soldado-. ¡Eh, usted el desconocido, venga, que debemos
hablar; Usted no puede entrar en esta ciudad, que aunque esté llena de
borrachos y de vagabundos como usted, aún sigue siendo hermosa y justa! Esto es
Martabat. Venga acá, identifíquese.
El hombre desconocido escucha los molestos gritos del
soldado, y se acerca a él, sin ninguna alternativa.
-Yo soy Haid de Atróveran, una ciudad utópica para
ustedes, la escoria imperial que aún mantiene reprimidos a los nobles como
esclavos ¡Y no es que yo sea uno! Ni esclavo, ni noble. Solo escapé de aquel infierno,
pero veo que me he encontrado con otro. Ahora identifíquese usted.
El soldado, indignado por el insulto a sus principios
toma su mosquete y lo pone al frente de él, para imponer poder y respeto.
Soldado-
Mí nombre es Andrés y no te importa de qué lugar procedo, seré misericordioso,
ya que es la primera vez que estás aquí. Aquí se respeta a la autoridad, y si
en Atróveran no lo hacen, se debe aprender que aquí sí. Ahora vete, antes de
que me arrepienta.
Haid,
temeroso de aquella amenaza, se fue sin parlar, asustado.
Las
nubes chocaron y un enorme relámpago cayó sobre el pavimento junto a la lluvia,
Haid se fue del lugar mientras quedó el soldado.
En
una de las casas en ese mismo puerto, se encontraba un hombre, que era el
general del lugar, administrador y general, el líder de la zona, quién ordenaba
lo que debía suceder en el puerto. Salió buscando a Andrés, pues previamente le
había espiado su conversación con Haid.
Andrés-.
¡Señor Proust!- Exclamó hacia el hombre un poco gordo y sudoroso, a pesar de la
condición climática.
Andrés
se inclina para una reverencia. Proust no le presta atención y se detiene,
espera a que Andrés se levante para dirigirle la palabra.
Este
mismo, molesto le refuta.
Proust-.
Por mis medallas y mi honor. Pensé que servirías de algo ¡Dejaste escapar a un
posible criminal! ¿Te sientes feliz por ello?
El
superior le golpea, dejándole humillado en el suelo, escupiéndole y separándose
de la zona, volviendo a la casa en la cual estaba hace unos minutos.
Al
reunirse en la sala de la comisaría local, dónde se encontraban los superiores
de esa ciudad, que cada uno controló una zona en específico. Hablaban y
hablaban de los crímenes y sobre las cosas de las cual podrían preocuparse.
Proust-.
Uno de mis inútiles soldados encontró a un posible ladrón. Dejándole escapar
por buena gente. ¡Esas cosas no se hacen! ¡Imagínate si es un conspirador!-
exclamó con miedo, mientras los demás generales lo observaban con aburrimiento,
uno de ellos le preguntó su nombre y en el instante Proust se levantó con su
cerveza en la mano gritando- ¡Haid de Atróveran!
Pero
ese nombre fue desconocido para aquellos importantes señores, todos callaron
dejando ignorado al general del puerto; y él, que se sentó con pena propia al
darse cuenta que a nadie le importó sus palabras, cubiertas de miedo.
Ese
nombre… no fue relevante para nadie, ni se preocuparon.
Y
habló Nicolas Aboaasi, el mayor en el puesto.
Nicolas-
Nadie como él podría revelarse ante nuestro sistema, irrompible, insaciable.
Cualquiera que se atreva a destruirnos, será destruido antes de que su idea
pueda entenderse, ya que gobernamos un pueblo ignorante, insensato. Incapaz de
pensar por si mismo, los únicos que podrán colocarlos ante nosotros serán
aquellos extranjeros de zonas libres, vagabundos errantes, incomprendidos
sociales. Y aunque el fuera así, con una sola persona no cambias al mundo.
Todos,
maravillados por las palabras de su mayor, se levantaron y aplaudieron.
Proust-.
Qué bonito habla usted, mi señor.
II
En
las calles oscuras y sombrías de Martabat, un hombre corría, sin detenerse en ningún
momento, buscando un lugar para pasar la noche, su apariencia podrida le
evitaba entrar en posadas o tabernas, nadie lo aceptaría.
Recordando
los horrores que sucedieron en aquella isla tropical llamada Atróveran, de
donde él vino. Recordando aquellos gritos y lamentos que todas las mañanas
escuchaba, aquellos gritos que se volvieron de él, y que lo azotaban
diariamente. En esta noche tan larga y basta, junto a la lluvia y rayos que
caían del cielo; para él fueron ambas eternas, deseando que algo sucediera en
ese día. Sus ropas no le abrigaban del frío ni de la lluvia, ropas sucias y
desteñidas. A ese hombre le llamaron Haid, Haid de Atróveran. La ciudad
imperial, colonizada por aquellos que siempre desearon el poder a toda costa,
aun así se deba matar; Escapando por suerte, para dejar su esclavitud, partió
en una aventura marina, hasta llegar a lo que hoy conocemos como Argos, donde
delirios de libertad e igualdad pasan debajo de la tierra, entrando a las mentes
ignoradas de la zona.
En
los arboles pudo esconderse de la lluvia, y dormir, o descansar de lo que
faltaba para el día.
Su
sueño fue corto: la noche tan larga y el sueño tan vacío y pequeño. Despertando
a buscar comida u hospedaje. Siendo de tanta suerte para que le regalaran un
pedazo de pan y agua. Para que coma y recupere fuerzas, mientras los demás
señores le miraban con miedo. Uno en especial se le acercó, y se sentó junto a
él en el suelo sucio, cubierto de barro.
-Usted,
¿de dónde viene?
El
marinero le responde.
Haid-
De: Atróveran.
Sorprendido,
por el nombre de aquella ciudad, donde todas las tragedias sucedían. Le
pregunta, sin vergüenza.
-¿Te
sientes libre ahora?
Haid-
Siento que soy libre, pero sé que no lo soy.- Lamentando, con la cabeza
agachada.
El
hombre se levanta, limpiando su pantalón, que estaba sucio por el barro del
suelo; sacó una pluma y en una servilleta escribió unas palabras, mientras
miraba a Haid y se decía- Espero que sepas leer, señor Haid- y le entregaba
aquel papel con direcciones y nombres.
La
brisa de la mañana golpeaba fuertemente contra las ropas de las personas,
formando ondas en esas mismas, se vio al hombre irse, desvaneciéndose en la
niebla costera. Mientras que por otro lado de la calle, unos soldados entran y
se llevan a Haid, con la excusa de ser un criminal y de no tener lugar donde
vivir.
Pero
el marinero les muestra su papel, en el cual está escrito lo que será su
próximo lugar de hospedaje. Y arrastrado por ambas personas, llegó a la posada
de la calle “Las Musas”, conocida por el dueño de la posada del mismo nombre.
Llamado él: Ulises Aguilar, otro ser repugnante de la sociedad, odiado por los
imperios y odiado, igualmente, por los pobres.
Únicamente,
los incomprendidos de esa sociedad tan sumisa e ignorante, podrían gustarle su
compañía. Las personas que han sufrido. Obligándoles a cambiar.
Al
verles en la puerta, Ulises saludó.
Ulises-.
¡Oh! Ustedes, que traen a mi compañero del alma, mi amigo de Atróveran. Gracias
por traedlo, lo esperaba ansiosamente.
¡Por fin ustedes sirven para algo! Ahora, por favor: retírense de mi
casa.
Los
soldados se fueron, mientras eran aplaudidos (por sarcasmo propio de Las Musas)
por las personas que vivían en esa calle.
Haid-
Me han dicho que usted es un tirano, un traidor. ¿Con que merito dicen eso?
Ulises-
Con muchos. – Tomó de la mano a su futuro compañero, y lo introdujo en la
posada; donde las mujeres posaban semidesnudas en la barra y los hombres, los
rufianes de la ciudad se alojaban con beneficios característicos de dichosa
calle. Al subir las escaleras, se encontraba una mesa, donde 4 hombres
esperaban el regreso del anfitrión, hombres cuyos deseos tal vez fueron
distintos a los de Haid, o a los de Aguilar… Pero ya sea por lujuria o
avaricia, siguieron el camino que les mostró su servidor.
Ulises-
Esta es la Asamblea. Estamos reunidos aquí hablando sobre temas. El principal,
la democracia.- dice, y en sus ojos había mucha esperanza.
Haid-
¿Ustedes creen en eso? ¡Pierden el tiempo!- golpeó la mesa.
Uno
de los hombres, el más alto y vestido de ropas más finas que los demás, se
levantó y se dirigió hacia Haid.
-No
hablamos del presente, charlamos del futuro.-
Haid-
Y usted, ¿quién es?
Se
quitó el sombrero, y mostró su hermosa cabellera, mirándole con aquellos ojos
azabache, ojos enormes que lo observaban todo.
-Soy
William, el Conde de Martabat. Tranquilo, no se presente, ya todos sabemos su nombre y de donde
proviene.
Un
silencio incómodo se dio en aquella sala pequeña, mientras en la planta baja se
escuchaban las risas y el golpe de las botellas al hacer brindis seguidos; el
olor del vino y del aguardiente, mientras sucede eso, se levanta otro hombre
que explica los deseos de aquel pequeño gremio.
-Lo
que deseamos es la libertad, la paz y la igualdad. ¡Estamos dispuestos a dar
nuestras vidas por ello! ¡Por un futuro utópico! Y aunque, seamos recordados u
olvidados. Moriremos sabiendo que ayudamos a este lugar a ser de nuevo independiente.
Somos las Tarántulas, vivimos escondidos, esperando a nuestro enemigo para que
cuando le veamos… ¡Ja!
Desconocidos
todos para Haid, desconfiaba de ellos, incluyendo más, a este que habló
recientemente. Él se llamó Louis Vásquez. Un soñador e idealista de nacimiento.
III
Nicolas-
Necesitamos infundir miedo ¡Miedo!, para que nadie se nos revele, y queden
sumisos en sus casas, temiendo quedar como los hombres que serán ahorcados
mañana, al amanecer.- Opinaba Nicolas, en aquella sala donde los generales se reunían, imponiendo nuevos trabajos para cada uno.
Proust-
¿Cuáles hombres?
Nicolas-
No me importa cuántos o quienes, solo necesitamos mínimo dos, si es más de allí
no me importa.
Uno
de los hombres se levanta y opina.
-Pueden
ser vagabundos o rateros, ¡Deberíamos ir ya! – Mira de reojo a la ventana-
Mirad, que ya es de noche.
En
las calles revoloteadas por la muchedumbre, los hombres sin casa y sin trabajo
fueron atrapados por la tiranía de Nicolas, atormentados durante la noche, pues
sabían que al ver el alba en el horizonte, morirían colgados.
Susurrando
a uno de sus soldados.
Proust-
Aquí están, 5 hombres desdichados listos para morir.
Las
horas pasaron lentamente durante esa noche. Nadie salió y las calles estaban
vacías.
En
la madrugada cuando el sol se asoma por el horizonte, la sombra de aquellos
hombres se mantuvo en el adoquín, no fueron culpables, no todos.
La
multitud se presentó en la plaza observando como culpaban a los pobres hombres
de cosas que jamás en su vida habían hecho. Y taparon sus caras con la tela
oscura y mal oliente. La muerte estaba cerca, y el miedo estaba dentro de cada
persona que los vio caer.
¡Bom!
La soga
ha caído, los hombres están colgados. Y quedarán así, hasta que su cuerpo sea
sepultado, como debió ser desde un principio.
Adios…
Inocentes.
--
Unrecth
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